Los mares suben y bajan dos veces al día. Muchos apenas lo consideran un curioso capricho más o menos molesto que ensancha o achica la playa en la que pasan las vacaciones, aunque para los marinos es otra historia. El explorador Piteas, en el 330 a.C. se aventuró por el estrecho de Gibraltar, tiró hacia el norte en busca de estaño y ámbar, llegó Thule, vio montañas de hielo flotando en el mar, el sol de medianoche, las auroras boreales y tuvo la certeza de que la luna llena y nueva producían las mayores mareas. Muchos siglos después fue Kepler el que investigó, explicó y escribió sobre la atracción magnética de la masa de la luna sobre los océanos e Isaac Newton es sus “Principia” bautizó esta mágica atracción como “la Gravedad”. Pero la aventura de Piteas y su vinculación de las fases de la luna con las mareas oceánicas nos sigue asombrando.
Más tarde, otros miraron con ansia la luna cada día y durante muchos años para ganar un premio jugoso en libras esterlinas. Para el Almirantazgo Británico era fundamental no perderse en el mar, saber con precisión la “Longitud” y los matemáticos y sabios del XVIII optaron por conocer con exactitud la distancia de determinados puntos de la tierra a la luna durante cada día y elaborar complicadas tablas y cálculos para determinar la dichosa y esquiva Longitud. El reverendo Nevil Maskelyne, quinto astrónomo real, disputó con sucias mañas el codiciado premio con el humilde relojero inglés John Harrison, “un genio mecánico que abrió el camino a la ciencia del cronómetro de precisión portátil, consagró su vida a este intento. Logró lo que Newton había temido que era imposible: inventó un reloj que llevaría la hora verdadera del puerto de partida, como una llama eterna, a cualquier rincón remoto del mundo”. Esa disputa, ese descubrimiento, esa lucha feroz nos la cuenta Dava Sobel, reportera y divulgadora científica, en una novela histórica titulada: “Longitud” (2000) Los preciosos cronómetros inventados por Harrison pueden admirarse en el Museo Marítimo Nacional de Greenwich. Al final ganó el cronómetro a la luna.
Hace diez años, Diana Fabianova dirigió el documental “La luna que hay en ti” (2010) Se trata de un viaje personal y social a las raíces profundas de la feminidad materializado en un ciclo menstrual que se acompasa también a los ritmos lunares y ha provocado a lo largo de la historia muchos tabúes, mitos y prejuicios. “La luna que hay en ti” mece de alguna forma la fertilidad porque el ciclo lunar y el ciclo menstrual promedio tienen más o menos la misma duración. Hasta el término “menstruación” viene de las palabras griega y latina que significan mes (mensis) y luna (mene).
A nosotros nos gustan las mareas, sobre todo las más altas o vivas, esas que esconden por completo una playa y luego nos la descubre poco a poco. Al final nos quedamos con unos versos de don Antonio Machado que habla de mareas, esperas y esperanzas: “Sabe esperar, aguarda que la marea fluya / -así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete. / Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; / porque la vida es larga y el arte es un juguete. / Y si la vida es corta / y no llega la mar a tu galera, / aguarda sin partir y siempre espera, / que el arte es largo y, además, no importa”.
Ramón J. Soria Breña
Temporada 2. Capítulo 23 | Mareas |
Fecha de grabación | agosto de 2020 |
Duración | 2:19 minutos |
Fecha de emisión | 13 de noviembre de 2020 |
Localización | Marismas de Santoña, Victoria y Joyel. Cantabria. España |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramón J. Soria Breña |
Música | Andrés Chazarra |
Tema | Foalinha |