Nadie podría imaginar los paisajes de hace 15.000 años cuando la especie denominada Homo sapiens no era más que otra forma de vida oportunista que se adaptaba como podía a un medio hostil en el que sobrevivir. Cuesta hacerse a la idea de qué especies se vieron afectadas por nuestra expansión y no solo por la caza, también por la intensa destrucción de bosques y matorrales para el cultivo de las tierras o su transformación en pasto para los animales domesticados. Se puede afirmar que la inteligencia y la conciencia de individuo en la especie humana no sólo permitió esa adaptación al entorno, sino también facilitó apropiárnoslo y realizar un arbitrario reparto para su modificación, explotación, saqueo y disfrute.
Hoy en día estamos acostumbrados a observar ecosistemas completamente humanizados que nada tienen que ver con los salvajes bosques del pasado, ocupando un planeta donde muchas de las especies vegetales y animales se desenvuelven al ritmo de los ciclos naturales entretejidos a la constante actividad humana. No hay apenas lugares por los que no circule un vehículo o no haya señal alguna del paso o de actividad de seres humanos.
Un ejemplo son los pelados y antropizados llanos manchegos del centro peninsular, sin apenas vegetación forestal pero muy ricos en vida. La proliferación de gramíneas y otras plantas bajas, son el hábitat perfecto para insectos que además alimentan a reptiles, aves o mamíferos. Es más, la dependencia que han tenido históricamente muchas especies de la agricultura denominada tradicional es enorme y la existencia de estos seres vivos está íntimamente ligada al ser humano y a su actividad. Los llamados agrosistemas no sólo han marcado la abundancia, por ejemplo, de especies esteparias, sino que también las han hecho dependientes de una determinada y constante actividad humana.
No obstante esa supervivencia ligada al ser humano es perversa. Los nuevos cambios en el entorno, la reindustrialización o la utilización de nuevos productos agroquímicos, balancean la biodiversidad hacia terrenos desconocidos e impredecibles: los antaño abundantes gorriones de las ciudades no toleran las ondas electromagnéticas, pero las exóticas cotorras argentinas van ocupando poco a poco su nicho ecológico; rapaces y córvidos que se adaptan a la depredación de animales atropellados en las carreteras; conejos que hacen sus madrigueras en los rellenos de tierra de los puentes y en los taludes segados; las habituales garcetas, grajillas, milanos o cigüeñas depredando roedores e insectos detrás de los tractores que aran y llenan de glifosato los sembrados o las aglomeraciones de especies de aves, volando y alimentándose en los enormes vertederos de basura al aire libre que incluso han cambiado sus costumbres migratorias.
Dentro de este coctel tan poco natural y salvaje no es fácil determinar objetivamente qué es o qué fue bueno y qué es o qué fue malo. En el pasado perdices, liebres, conejos, avutardas o sisones abundaban gracias a los campos cultivados y las tradicionales rotaciones con barbechos. Las aves esteparias y la ganadería han demostrado una simbiosis interesante donde el excesivo crecimiento de vegetación, antaño controlado por grandes rebaños de ungulados domésticos, permitía la proliferación de estas aves y otros animales relacionados con el hábitat estepario. Al final, en un mundo humanizado, contaminado y en constante deterioro, lo cotidiano es seguir viendo los vencejos volar muy alto, a las culebras de escalera devorar los ratones de campo o los descampados y escombreras tapizados con las mismas flores de siempre una vez que llega el mes de mayo.
El romanticismo y el paisajismo estético chocan de frente con la biodiversidad de estas zonas degradadas, y llevan a reflexionar sin poder concluir nada sobre qué es realmente importante: ¿Lo que vivimos cuando éramos niños o lo que está por venir? Ver desaparecer animales y plantas con las que hemos convivido toda nuestra vida es traumático, pero no deja de ser parte de un cambio inevitable que hemos acelerado, como ocurre con el clima. Los cambios se producirán y las especies se extinguirán estemos los seres humanos o no. Tal vez el pensar en millones de años sea el bálsamo que permita sufrir menos de lo debido; pero al igual que con la muerte de un ser querido, la frustración, la tristeza y la amargura siempre recorrerán nuestro cuerpo cuando veamos desaparecer, por ejemplo, al último salmón cantábrico o al último sisón manchego.
Daniel Agut
Temporada 4. Capítulo 15 | Vertedero |
Fecha de grabación | Invierno de 2021 |
Duración | 1:30 minutos |
Fecha de emisión | 20 de julio de 2022 |
Localización | Palencia, Castilla León. España |
Imagen y sonido | Santiago Robles |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Daniel Agut |
Música | Scott Holmes |
Tema | Humanity |