Pocos saben que las infinitas y riquísimas praderas de Norteamérica en las que pastaban millones de bisontes son el fruto de quemas de bosques realizadas por los primeros humanos que arribaron a esas tierras. Esas estepas, las enormes extensiones de rica hierba eran para los bisontes un paraíso en el que proliferaron como nunca y junto a ellos florecieron culturas de cazadores recolectores que dependían totalmente de su carne. En el sur, los montes y campos de la España del Quijote, finales del XVI y principios del XVII en nada se parecen al campo de hoy. Se estima que en España podrían vivir entre siete y diez millones de personas. Gente viviendo en villas y aldeas, también mucha gente viviendo en el campo pero aún así éramos bien pocos. Sin embargo en esos años había escasez de alimentos, el secano de una agricultura aún primitiva no daba para más y en esos años muchas tierras de pasto y monte se hicieron de cultivo. Cientos de hectáreas se quemaron y roturaron para incrementar los pastos y la producción de cereal, aunque se mantuvieron las dehesas y montes públicos porque la dependencia energética de la leña o el carbón vegetal era total. Pero debemos imaginar que la mayoría de nuestro campo era monte salvaje e improductivo, nada que ver con las cientos y cientos de hectáreas peladas y labradas que vemos hoy.
Volvemos al presente, al siglo XXI, dejamos de imaginar las grandes estepas llenas de bisontes y las andanzas de El Quijote por los páramos, perdidos y secanos de entonces. Las ortegas, sisones, alcaravanes y las avutardas, también las perdices, medraron en España gracias a los agrosistemas agrícolas tradicionales, expandiendo sus dominios más allá de las estepas naturales donde las limitaciones del clima y el terreno impedían que creciese cualquier cosa mayor de un matorral ralo. En los barbechos proliferaban gramíneas y leguminosas silvestres, muchos saltamontes y otros insectos que eran la dieta imprescindible de los pollos de todas estas aves. Tras la siega había también mucho grano que se quedaba en el campo y era también aprovechado por las esteparias. Los linderos y perdidos ofrecían el mejor de los refugios. La ganadería extensiva ayudaba a nutrir esas tierras duras. Incluso la PAC, en sus orígenes, mantenía en el secano ese mínimo 10% de barbecho obligatorio que el agricultor dejaba en las peores tierras, las menos productivas, y allí se refugiaban estas aves indómitas.
Ahora las políticas han cambiado, se labran todas esas tierras aunque no produzcan, pero sobre las que se reclaman derechos. Ya no hay barbecho, o al menos el barbecho entendido como una tierra de cultivo “en descanso”. Todo se ara (aunque sea simplemente para que se vea bien en la foto) y se fumiga con tratamientos “preventivos”, de esas plagas y males que siempre están por venir. Además muchos cultivos herbáceos se han convertido en olivar de regadío y cultivos leñosos. Ese mosaico que antes había en nuestros campos, esa mezcla de secanos, barbechos y eriales llenos de linderos ha desaparecido víctima de las concentraciones parcelarias. Los cultivos son uniformes, se han suprimido las rotaciones y el uso de insecticidas y herbicidas se ha intensificado; incluso muchas de las semillas que se usa ahora se encuentran “blindadas” contra las plagas, intoxicando a las aves que se alimenten de ellas. La paradoja es que pueden haber muchas hectáreas de secano ecológico en todos estos campos y sin embargo, no hay ni un ave. Todo es una uniforme tierra marrón siempre laboreada, bien empapada de tóxicos, limpia y sin una brizna de nada. Donde antes sobrevivían las últimas poblaciones de gangas y sisones, de perdices y avutardas, ahora hay frutales, maizales, almendros regados. Las aves han desaparecido. El agrosistema actual es muy productivo y rentable, no tanto para el agricultor, que gana más o menos, sino para quienes les venden las sustancias, semillas y equipos. Es decir, el negocio no está en el campo, en el territorio, sino en todo lo que se mueve a su alrededor. La mayoría de la soja, maíz y trigo engordan a cerdos con destino a China. Los acuíferos de agua fósil, explotados sin tino ni control, se siguen esquilmando y contaminando por los excesos de la agricultura y la ganadería.
En pocas décadas han desaparecido más de la mitad de los sisones o el 27% de la ganga ibérica y el 43% de la ganga ortega. En Extremadura viven o vivían el 12%, medraban por doquier y ahora, si quieres verlas, hay que buscarlas con ahínco. En los últimos páramos en el que las vi, no lejos de Almaraz, ahora hay un huerto solar y un campo de frutales de hueso. No dudo que, mientras no cambien las políticas agrarias y los intereses del mercado “es mejor la riqueza dineraria que puede dar el campo explotado de forma intensiva a que vivan allí cuatro avecillas apestosas que no rentan nada ”porque“ nada nos pagan por tener barbechos, perdidos, monte bajo, secano tradicional”… Además, siempre podremos verlas en un documental, ahuecando sus plumas para llevar allí agua a sus crías, tras volar muchos kilómetros; o en los jaulones de un zoo o disecadas por ahí en un museo del futuro. Pero tal vez en el futuro nos pregunten ¿qué es riqueza?
Me gustaba verlas levantar el vuelo y escuchar su “churrchurrchurr”. Tal vez eso también sea riqueza.
Eladio L. García de la Morena. Ramón J. Soria Breña
Temporada 3. Capítulo 21 | Aves en el agrosistema |
Fecha de grabación | 2021 |
Duración | 2:17 minutos |
Fecha de emisión | 13 de octubre de 2021 |
Localización | Distintas ubicaciones. España |
Imagen y sonido | Santiago Robles, Eladio L. García de la Morena, Ernesto Cardoso, Daniel Agut |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Eladio L. García de la Morena. Ramón J. Soria Breña |
Música | Andrés Chazarra |
Tema | Garcinuño |