Salmones de la Figal

Amanece y una luz tenue cincela en el cielo una paleta de colores azules, malvas, violetas y rojizos. Un leve murmullo del agua se escucha en la lejanía. Estamos totalmente a oscuras, pero aún sin luz y con los ojos cerrados podríamos describir a la perfección todo lo que hay a nuestro alrededor.

Respiramos. Los olores son los mismos de siempre y nos confirman que estamos donde deseamos estar. Humedad, ozono, eucalipto y hierbabuena forman una mezcolanza de sensaciones que cada amanecer reciben al pescador del Narcea. Siempre son los mismos. Siempre están ahí.

Caminamos. Recorremos los mismos trechos que otras cientos de veces. Cada paso que damos avanzamos con la misma ilusión que la primera vez.

Continuamos. Humedecemos nuestro equipo, nuestras manos… a veces la hierba nos llega al pecho pero, aunque aún no haya la suficiente luz, somos capaces de avanzar en la oscuridad sin salir del sendero que nos lleva al pozo en el que tantas y tantas veces ya habíamos estado pero que, como cada una de ellas, nos recibe totalmente diferente y es que, nunca, absolutamente nunca, hay dos Narceas iguales.

Damos últimos pasos hasta el borde del agua. Un pie está en nuestro mundo, el otro ya ha entrado en lo desconocido. Es momento de observar.

La caña, plegada y apoyada en el hombro, acumula días, luchas, sinsabores y gratos recuerdos a sus orillas. Lentamente, como si de un ritual se tratase, comienzan a hermanarse los tramos, la línea corre por las anillas y al extremo de la misma un mosaico de colores y materiales inertes buscará la vida del agua y poseer aquello que nunca nos perteneció.

Ríos del mundo hemos visitado, conocido, amado… pero ninguno es el Narcea, ni el Nalón. Peces hemos logrado en otros lugares, pero ninguno nos produce la misma sensación que lo que generan los de aquí. 

Y es que es aquí donde la pesca a mosca encuentra su más pura esencia, su mayor reto, aquello de lo que solo unos pocos podrán disfrutar año a año.  Aquello que casi cada día nos hace renegar y, en la mas pura esencia de la contradicción, nos hace volver al instante de nuevo a su seno, a fundirnos con sus aguas una y otra vez cada primavera en pos de ese instante en que un grito rompe la quietud del río, enmudece los pájaros, tornan las miradas y llega el júbilo. Un salmón del Narcea ha picado y el pescador intenta dominarse a si mismo mientras el pez le domina a él.

Pueden ser minutos, horas, días, semanas, meses, años… lo que a uno le lleve alcanzar ese preciso instante en que todo el mundo desaparece a tu alrededor. En el que todo por fin ha merecido la pena. 

No existe nada, solo percibimos un estridente ruido metálico y esa tensión que una fina y firme unión nos hermana con el pez que, cautivo y luchando por su vida, va a ofrecer su más fiera batalla.

El tiempo pasa y todo llega a su fin. El pescador aun tiene la serenidad de saber que en este juego no hay ni vencedores ni vencidos y que el pez, que le ha llevado allí como tantas otras veces, aún tiene la oportunidad de que alguien le grite: ¡¡vive!! Mientras lo ve marchar.

Pesco en el Narcea porque cualquier día, porque el próximo día, puede que le odie o me regale uno de los mejores de mi vida como pescador.

Un pescador.

Temporada 4. Capítulo 5Salmones de la Figal
Fecha de grabaciónAño 2021
Duración2:51 minutos
Fecha de emisión2 de marzo de 2022
LocalizaciónRío Narcea – Nalón. Asturias. España
Imagen y sonido Daniel Agut, Francisco Jose Ruiz González, Ernesto Cardoso.
Montaje y edición Daniel Agut
OpúsculoUn pescador
MúsicaDaniel Agut
TemaTo the stone…
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