Lucios en la Kamchatka leonesa

Nos atrevemos a tocar el agua entrado el invierno, cuando el campo de las vegas, los secanos y barbechos se han vuelto parduscos por la escarcha y hasta los pocos agricultores que trastean con los maizales en el verano y el otoño andan ahora encerrados cerca de la chimenea. Hoy más que nunca pescar ha sido un pretexto, hasta la caña es de prestado. Pero nos puede el deseo de asomarnos a ese río desconocido, a su intemperie remota aunque esté cerca de un pueblo y no lejos de una pequeña ciudad de provincias. Nos puede esa libertad de dejarse llevar, bajar un río utilizando la gravedad, su íntimo deseo de mar junto a la fuerza del brazo en el remo, el equilibrio y el ritmo o el compás de palear con otros en armonía para que la embarcación no gire o se ladee o pierda el norte, vuelque o se quede atrapada bajo un tocón medio sumergido y nosotros debajo. Por eso es importante en los rápidos la orden del patrón, del que sabe y conoce, su remo director, sus ojos expertos y adivinadores. Nosotros, de natural siempre desobedientes y broncos, obedecemos puntuales, al instante, siempre, sin dudar o indagar por qué, ni discutir nada. Hemos conocido un nuevo río y también a un amigo. Es la mejor forma de calar a alguien, de conocer quién es de verdad. Dentro de un río, dentro de una frágil balsa de remos no se puede esconder nada ni disimular lo que no somos.

Aún quedan estas reliquias en la España vacía e interior, no tanto desolada o abandonada o marginada como olvidada por los que una vez vivieron cerca y los que nunca se acercaron, envuelta una burbuja de tierra deshabitada, de confín perdido, de diminuta Kamchatka. Estamos en una de esas esquinas fosilizadas de la Europa desarrollada, en un retazo de agua que podría ejemplificar lo que alguna vez fueron la mayoría de los grandes ríos de España. Ríos con agua transparente, meandros llenos o cerrados, ondulados, zigzagueantes, cambiantes, llenos de maleza libre de hacha y envueltos en grandes árboles supervivientes con las raíces semidesnudas por las antiguas crecidas. Ríos de corrientes rápidas y remansos anchos dentro de ese silencio lleno de los susurros que la vida sugiere si se va atento. Paramos de cuando en cuando en un islote, lanzamos, vemos o tocamos algún monstruo verde de dientes afilados. Hemos salido al amanecer y cuando llegamos ya es noche cerrada. Un día entero navegando aguas abajo, mecidos por el río que nos lleva, zarandeados a veces y también quietos, como encima de un gran espejo de Alicia de las maravillas, dentro de los pequeños remansos y pozas que hace el río.

Luego, ya lejos, tras la pequeña aventura, toca marcar en los mapas el descubrimiento, guardar el asombro y el pequeño o gran placer de haber inaugurado una nueva amistad. Dice Walter Benjamin que “Quien sólo haga inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos se perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato, sino señalando con exactitud el lugar en el que el investigador logró atraparlos”  Y eso hacemos, señalamos el lugar exacto, pero conservamos el secreto, usamos tinta invisible, no mostramos la marca exacta de la belleza tal vez por egoísmo o por usura, tal vez por respeto o por amor al agua limpia. O porque la destrucción siempre amenaza nuestras pequeñas Kamchatkas leonesas.

Ramón J. Soria Breña

Temporada 1. Capítulo 25Lucios en el Esla
Fecha de grabación2 de enero de 2019
Duración1:55 minutos
Fecha de emisión29 de noviembre de 2019
LocalizaciónRío Esla
MunicipioCimanes, León. Benavente, Zamora. España
Imagen y sonidoErnesto Cardoso
Montaje y ediciónErnesto Cardoso
OpúsculoRamón J. Soria
MúsicaAndrés Chazarra
TemaIris