Unión, trabajo y constancia

Herrería, fabrica de la luz, molino de agua, martinete; palabras que ya solo las encontramos escritas, nombres que solo aparecen en el leguaje hablado cuando nos acercamos a edificios en ruinas, abandonados en lugares aislados y casi siempre lejanos, al margen de los caminos frecuentados o de los pueblos vivos. Tan lejanos en el espacio como en el tiempo en que fueron industrias fundamentales para el desarrollo social y económico de las gentes que quisieron salir de muchos siglos de atraso, anclados en unas formas de vida más cerca de la edad del hierro que de la modernidad. Sólo quedan sus restos al pie de los ríos que ofrecieron sus caudales para que su fuerza sustituyera pesados trabajos y esfuerzos extenuantes de bestias y hombres.

Imagino a un emprendedor describiendo a las autoridades locales y a los participes o accionistas en estas construcciones su proyecto, explicando los beneficios que traería para todos, el avance y la modernidad que supondría para unas comarcas en las que la última innovación tecnológica revolucionaria había sido el arado de vertedera del siglo XII. ¡Claro que en otros sitios ya existía!, la fuerza hidráulica y la sofisticada tecnología que convertía el agua en energía ya la usaban los ingenieros romanos, pero no aquí, nunca fuera de los grandes núcleos de población o de algunas zonas en las que se exploraron recursos naturales preciosos, no en áreas donde los avances tecnológicos nunca llegaron porque no había nada que sacar a cambio. También imagino la ilusión y el sueño de muchos de salir de una época de explotación y oscuridad. De dependencia y pobreza.

Un canal abandonado es una cicatriz que nos habla de todo esto: de la historia de un gran esfuerzo colectivo y un gran cambio a la hora de imaginar el futuro, de ingeniería sofisticada, de muchas jornadas de trabajo y de muchos recursos materiales empleados; también del origen y el desarrollo de otras empresas y proyectos personales que crecieron y luego se marchitaron. Incluso nos cuenta cómo fue la transformación de este paisaje con apertura y explotación de minas y caleras, de bosques talados para usar la infraestructura y la energía que proporcionó su madera y de presas que sustraían el agua del río hasta secarlo en algunas ocasiones. Podemos leer en este libro de piedra el inicio de la industrialización en la región, el comienzo de uno de los cambios más determinantes que ha realizado el ser humano para tocar el progreso y la certeza de una vida mejor aunque ahora todo esto nos parezca dudoso.

Don Eusebio González Martín, fue una gran promotor de proyectos y empresas en Extremadura y Salamanca. Creó de la nada el Complejo Agroindustrial de Almansa en el término municipio de Alía en la provincia de Badajoz en el año 1945 -algo parecido a una Colectividad española, una especie de “kibutz” en plena época franquista a expensas del Plan Badajoz- en el que dio refugio a republicanos perseguidos además de trabajo y casa a unos cientos de personas. Amén de otros proyectos, empresas y aventuras que darían para un libro, utilizó la presa y este Canal de la Herrería -construido inicialmente en el año 1897 y ampliado por su iniciativa en 1917 y 1952- que discurre en paralelo a la Garganta de Descuernacabras en el término municipal de Campillo de Deleitosa en Cáceres, para abastecer tres fabricas de luz. Se trata de un canal hidráulico de 7 km. que en su parte central, para sortear el Arroyo Colmenar, toma la forma de un acueducto con un vano de unos 80 metros que ocupan 30 arcos y que en la parte de mayor desnivel tiene unos 10 metros de altura. La belleza funcional de su factura de pizarra y mortero de cal se mantiene intacta aun cuando las fábricas de luz ya son sólo escombros y muros desnudos. La arqueología industrial ha sido ignorada en nuestro país. Se desguazaron, desmantelaron y dejaron arruinar estupendas piezas de ingeniería y arquitectura que eran parte de la memoria colectiva de los siglos XIX y XX.

Una vez corrió el agua por este acueducto y su fuerza, convertida en energía eléctrica, mejoró la vida de la gente, poco más allá el agua volvía al cauce. Nada que ver con las obras faraónicas que poco después encerrarían por completo nuestros grandes ríos. Al comienzo del canal aún resiste una “lorera” que nos envuelve con el aroma, entre a limón y a laurel, del Prunus lusitánica. Nadie. El turismo sigue ignorando lo que debe ser estudiado antes que ser admirado, lo que supone algo de esfuerzo y una cierta mirada para apreciar su belleza y valor. Todo este arbolado, agarrado a la garganta y los barrancos del río de Descuernacabras, sigue sobreviviendo y prosperando aquí, como si fuera una pequeña selva de otra era geológica, en medio de los fríos y calorinas de las Villuercas y los Ibores, tras haber superado las sequías del Terciario, las glaciaciones del Cuaternario y la aniquilación de humedales y bosques de ribera de este maldito Antropoceno.  Hace tres millones de años estos bosques, que provocan en otras latitudes la llamada “lluvia horizontal” como podemos seguir viendo en la isla de la Gomera, llegaban hasta la Puerta del Sol de Madrid -no había entonces puerta, ni Madrid, ni gente, claro-. Hoy solo prosperan unos siete mil “loros” en estas sierras, de una belleza a la vez delicada y atroz, sobrecogedora y pequeña, porque solo en la estrecha franja de la Garganta Salóbriga, Trucha, Guadalupejo, Rueca, Trucha, Ibor, Calabazas y Descuernacabras podemos admirarlos y tocarlos.

Ernesto Cardoso

Temporada 3. Capítulo 26Canal de la Herreria
Fecha de grabaciónOctubre de 2021
Duración2:04 minutos
Fecha de emisión22 de diciembre de 2021
LocalizaciónCampillo de Deleitosa, Cáceres. España
Imagen y sonidoErnesto Cardoso
Montaje y ediciónErnesto Cardoso
OpúsculoErnesto Cardoso
MúsicaScott Holmes
TemaMusic epic trailer
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