Es aventurado escribir sobre como se desarrollaba la vida cotidiana en torno a una época de la que los vestigios escritos son escasos y la mayor parte de las referencias vienen de un pueblo conquistador como el de Roma que, aún respetando religiones y costumbres, enseguida aculturizó a los pueblos conquistados. La existencia de los celtas en la Península Ibérica está atestiguada por las evidencias lingüísticas, por las fuentes antiguas (historiadores y geógrafos grecolatinos) y por los estudios arqueológicos de sus yacimientos. Las tribus celtíberas ocuparon la zona más despoblada en la actualidad de Europa (si excluimos de Laponia) y se establecieron en la zona oeste de la cordillera Ibérica en lo que hoy es parte de la confluencia de las comunidades de Aragón, Castilla la Mancha y Castilla y León, también se incluye en la Cetiberia la parte del sur de La Rioja y una pequeña parte de la Comunidad Valenciana. Habitaron estas tierras desde aproximadamente el siglo XIII a. C., hasta la romanización de Hispania durante los siglos II y I a. C.
Para explicar la aparición de la cultura celta hay más de una hipótesis. Una presupone la llegada de grupos humanos que traerían los elementos culturales de los poblados y necrópolis, es la tesis invasionista. Otra defiende que dichos elementos corresponden a una cultura de formación compleja, lo que permitiría explicar el origen diverso de sus componentes como resultado de un proceso de recepción de otra cultura y de adaptación a ella, con la pérdida de la cultura propia (aculturación). El análisis de los objetos de las necrópolis y poblados de la fase inicial de la cultura celtibérica revela la existencia de aportaciones de diversa procedencia y variadas tradiciones culturales. Hace relativamente poco, se ofreció una tercera vía que expone la teoría de que el origen de la cultura celta estuvo precisamente en la Península Ibérica. Basándose en estudios de ADN y también lingüísticos, afirma que el sustrato celta encontrado en la Península en el siglo VII a.C. se extendió desde el territorio ibérico hacia el resto de Europa, configurando así el mundo céltico europeo conocido.
Los celtíberos son, de todas las culturas célticas peninsulares, la mejor conocida y la que jugó un papel histórico y cultural más determinante. Poseían un calendario eminentemente lunar (calendario de Coligny) y un idioma propio cuya traducción es la más avanzada al ser una lengua indoeuropea y fácilmente comparable con otras más conocidas (como el celta, el galés, el germánico…). Se han descubierto más de 800 inscripciones escritas sobre todo en bronce y el texto más famoso de los que han sobrevivido se incluye en los llamados Bronces de Botorrita, cuatro planchas de las cuales tres están escritas en celtíbero y una cuarta en latín que están relacionadas con un proceso judicial.
Son mencionados de forma recurrente en las fuentes grecorromanas como un pueblo belicoso, siempre predispuesto a la guerra, poseían una sociedad de tipo aristocrático, vertebrada en torno al ideal de vida “heroica” de una élite guerrera. La población se organizaba en base a relaciones de parentesco, en torno a grupos de personas con un ascendiente común. Otras costumbres nos remiten al importante papel de la mujer celtíbera en la sociedad, ya que ésta se encargaba de las labores del campo, los hombres recibían la dote de su esposa, las hijas recibían la herencia y casaban a los hermanos, además eran depositarias de la memoria colectiva y podían tomar iniciativas como la de guerrear junto a los hombres.
Existía una élite que ocupa un lugar prominente (auctoritas) por su habilidad guerrera (virtus), sus riquezas (pecunia) y su nobleza (nobilitas); pero, sobre todo, porque se apoya en una relación clientelar a la que estaban unidos por los lazos de prácticas como el la devotio y el hospitium.
La devotio era una forma especial de clientela militar existente en la sociedad prerromana. Se trataba de vinculaciones en una doble vertiente:
- Por un lado, los clientes o devoti, consagraban su vida a su rey o jefe, al que tenían la obligación de proteger en el combate, a cambio de su protección, mantenimiento y un mayor estatus social.
- La otra vertiente, es la divina. Los clientes, consagraban su vida a una divinidad para que se dignase a aceptarles en el combate a cambio de la salvación de su jefe; por ello, debían protegerle con sus armas y su cuerpo aun a costa de su vida.
Hospitium era la denominación que los romanos dieron a una institución social celtíbera derivada de la obligación de ofrecer hospitalidad a los extranjeros, que no sólo debían ser recibidos amistosamente, además tal recibimiento otorgaba prestigio al hospedador, de modo que se competía por alojar a los extranjeros.
Estos pactos de hospitalidad eran una costumbre muy común entre los pueblos de la Celtiberia y en la Península Ibérica un elemento indígena que pervivió a la organización romana (y que ha trascendido a nuestros días como símbolo del sellado de un acuerdo mediante un apretón de manos). Eran sagrados e inviolables y la relación que representaban se convertía en un compromiso legal, entre un individuo y una ciudad o entre comunidades; y con ello quedaba firme el valor vinculante de la tésera, un símbolo material que incluso podía transmitirse a través de generaciones. Las téseras fueron usadas como contraseña, distinción honorífica, prenda de un pacto, sello de amistad, reparto de tierras, contrato, derechos reconocidos, derechos o prestaciones y permisos de paso o pastoreo. El comienzo de la conquista romana de Hispania las generalizó, habitualmente en soporte de bronce y escritas en lengua celtíbera o alfabeto ibérico. Este legado escrito, junto con los mencionados bronces de Botorrita (una serie de planchas de bronce del siglo I a. C. encontradas en Contrebia Belaisca -Cabezo de las Minas, cerca de la actual Botorrita, en las proximidades de Zaragoza-), es una de las principales fuentes documentales para el estudio de la forma de vida, costumbres, nombres de ciudades y ritos celtíberos.
El «collar sideral» A principios del siglo XX el Marqués de Cerralbo, Enrique de Aguilera y Gamboa, en una de sus campañas arqueológicas descubrió en una sepultura de la necrópolis celtíbera de Aguilar de Anguita (Guadalajara) el llamado collar de Clares (siglo V a.C.), en la primera interpretación que hizo el Marqués consideró que formaba parte del ajuar de enterramiento de una sacerdotisa de culto al Sol, interpretó los elementos simbólicos que lo forman: los cuernos de la Luna (culto a los poderes fecundos), la rueda solar (círculo que no tiene principio ni fin), los cisnes (símbolo del vuelo al Más Allá), todos ellos íntimamente relacionados con un mismo tema: la muerte, el viaje al Más Allá y el renacer nuevamente, aspectos espirituales que indican su creencia de los celtíberos en la inmortalidad de las almas.
Ernesto Cardoso
Temporada 1, capítulo 21 | Castro celtíbero de «El Ceremeño» |
Fecha de grabación | 21 de septiembre de 2019 |
Duración | 1:49 minutos |
Fecha de emisión | 1 de noviembre de 2019 |
Localización | Cetiberia |
Municipio | Herrería, Guadalajara. España |
Imagen y Sonido | Ernesto Cardoso |
Edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ernesto Cardoso |
Música | Monplaisir |
Tema | Estampe Galactus Barbere |