Hierro, carbón, oro, plata, plomo, petróleo, estaño, cobre, mercurio, wolframio… ahora litio y coltán… la minería ha sido la clave para del desarrollo de todas las civilizaciones, el nacimiento de las grandes fortunas y el secreto de todos nuestros inventos. Pero las minas, a cielo abierto o en galería, han sido y son las formas más eficientes de destrucción de un paisaje, un horizonte, un bosque, un río, una montaña y una vida humana. Más tarde, agotado el filón, mermada la rentabilidad, cerrado el pozo, abandonado el emporio, queda el agujero o la herida sobre la tierra, las montañas de escorias estériles, los lodos y las aguas venenosas o las ruinas de lo que una vez fue una gran factoría por la que entraban toneladas de mineral y salían lingotes de plata, en la que entraban jóvenes mineros arrogantes y salían ancianos enfermos de apenas treinta años. Luego pasan los siglos y la enorme herida comienza a ser cicatriz. El olvido tizna el paraje con una pátina agria y las tierras se abandonan como si estuvieran malditas, sin dejar ni rastro de las inmensas riquezas con las que se llenaron algunos bolsillos tras el descubrimiento de un yacimiento de plata en 1844, entre la Sierra del Alto Rey y las vegas del río Bornova.
Mientras tanto, siguen vivas las parras, las higueras, los perales, los cerezos… Aún se pueden cruzar los puentes, las escaleras o el camino. Cuando el paseante se tropieza con esos lugares intenta imaginar lo que había allí antes de ser ruina, practica la arqueología industrial y se asombra de que el bosque haya recuperado su sitio, que en el río vuelva a ver mirlos acuáticos, mariposas y truchas, que los árboles frutales, cuidados con tanto mimo décadas antes, hoy se hayan vuelto salvajes. Imaginamos que aquí había una moderna factoría y vivían muchos trabajadores, ingenieros, capataces, ambiciosos, soñadores, inversores; las chimeneas llenaban de humo el pequeño valle y el agua del río lavaba el mineral, generaba energía y daba de beber a algunos huertos y fuentes; por los caminos circulaban carros, camiones, caballerías con carga y hombres en busca de un trabajo en el que se ganase más que venderse a jornal segando espigas.
Hoy solo hay maleza y silencio, una penumbra verde en la que susurra la lluvia, edificios vacíos y ruinosos, casas desbaratadas llenas de zarzas en las que una vez hubo un hogar, sueños, risas, niños y promesas. Parece que nuestra arrogante civilización también pasará dejando detrás algunos lugares en los que los arqueólogos del futuro intentarán entender la razón de tanto desastre. Al menos en este paraje, tal vez porque el destrozo se hizo dentro de la tierra o porque no se arrasó del todo la piel fértil, quizá porque la lluvia ya se llevó los venenos y el clima ha favorecido a la vegetación, las enormes cicatrices se van borrando. Quién sabe qué habrá sido de los cientos de lingotes de plata que salieron de estas minas o de los hombres que bajaban cada día por los pozos para arrancar las rocas apenas alumbrados por una lámpara de Davy o un carburo o el sueño de una vida mejor. Ningún museo minero podrá acercar jamás lo que era el miedo, la necesidad, la ambición o el precio, tan barato, de cien vidas. Cuando nos alejamos, mientras las primeras tormentas del otoño despiertan a los hongos de los pinares y los robledales, se nos mete dentro el silencio del lugar, Desandamos el camino que tantos otros pisaron cuando este lugar bullía e imaginamos como serán, dentro de mil años, las ciudades en las que nos refugiamos, en las que trabajamos, envueltos en la arrogancia o en la inconsciencia de quien piensa que la flecha del progreso siempre vuelta hacia delante.
“La Constante era ya un pueblo lleno de vida y animación, de aspecto inglés, cuya vista encantaba á todo el que lo veía por primera vez, desde el boquete ó cortadura de Mogarra; estaba en forma de anfiteatro dividido en dos secciones, formada la una por la fábrica, y otra por el pueblo verdaderamente dicho, circunvalado por el río Bornova, con calles rectas y esmeradamente limpias, y gozando de una escrupulosa higiene debida a los consejos del profesor D. Manuel Taín, médico-cirujano de la compañía. Las casas estaban blanqueadas luciendo sus jardinitos a la entrada, matizados de flores y haciendo magnífico contraste con las esbeltas chimeneas (construidas por el Sr. Lillot), siempre humeando, ó lanzando el vapor a las nubes que rodeaban los montes gneísicos inmediatos. (…) Nada faltaba en aquel barranco antes desierto. Había escuelas para niños y niñas, hospital, casino, teatro, comercios, etc., para comodidad y distracción de los habitantes de la fábrica, que sumarían unos 70 a 100 vecinos con sus familias, sin contar los obreros que residían en Gascueña y Robledo y acudían diariamente a la lista convocados por el sonido de una campana.” (Bibiano Contreras. El País de la Plata. Guadalajara. Establecimiento tipográfico La Región. año 1905)
Ramón J. Soria Breña
Temporada 3. Capítulo 24 | Mina «La Constante» |
Fecha de grabación | Agosto de 2021 |
Duración | 2:00 minutos |
Fecha de emisión | 24 de noviembre de 2021 |
Localización | Gascueña de Bornova, Guadalajara, Castilla la Mancha. España |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso, Daniel Agut |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramon J. Soria |
Música | Crowander |
Tema | One more round |
Locución | José Miguel Marinas |