El Adaja era un gran río. Tal vez todos lo fueran. Las lluvias en primavera y otoño eran muy abundantes, también la caza y la fertilidad de la tierra. Poco más sabemos. Rastros de fundición de bronce y luego de hierro, fina cerámica adornada con puntillas, círculos y otras simetrías, piedras de moler de mano y verracos de granito, también murallas y lanzas. Hace cuatro mil años, hace tres mil. Datamos con esa grosería, con ese margen enorme, con hipótesis imaginativas sobre como pudo ser la vida en estas tierras. Denominamos a toda una cultura “Las Cogotas” porque desconocemos quienes eran este nosotros. Luego, el nombre de “Vetones”, también lo pusieron otros, muchos siglos después. Tampoco nos dice mucho la denominación de “Celtas”, hoy tan dudosa y postiza.
Ahora el río que ronroneaba abajo no dice nada. Cubre la orilla una manta verde de agua pantanosa que huele a podrido. Arriba han reconstruido la muralla y en los museos se expone alguna cerámica, fídula o punta de lanza encontrada que los visitantes miran distraídos. Imaginamos la cerveza o el grano que llenó la vasija, el jabalí que cazó esa punta, el manto que prendió la hebilla. Imaginamos aquel tiempo remoto del Adaja cristalino mientras se muele el grano en las piedras redondas que aún se ven por el campo, el herrero que pliega el metal caliente, la artista que juega con arcilla que luego cuece en el horno. De todo esto hay miles de rastros en la orilla del embalse en plena ola de calor, cuarenta grados a la sombra, el monte agostado, los arroyos secos, las fuentes perdidas. Una nueva civilización de apenas un siglo se impone por el mundo, automóviles, hormigón, teléfonos, ropa de plástico. Dentro de otros cuatro o tres mil años también quedarán rastros, marcas y ruinas.
Hasta antes de ayer todas las civilizaciones que fuimos crecieron junto al mar o junto a un río. Hoy ni los ríos ni el mar nos importan gran cosa salvo para dominarlos, exprimir su riqueza, aprovechar su salvajismo y ensuciar sus playas y riberas. Nuestra arrogancia nunca ha sido tan absoluta. O nuestra ignorancia. O nuestro sentido del futuro. Cuarenta grados a la sombra, cincuenta al sol. Quema el aire. El verdor del agua del embalse es insoportable aunque sabemos que de aquí bebe la ciudad tras filtrar, depurar y desinfectar las miasmas con los químicos y la tecnología apropiada. Es difícil imaginar el río Adaja cristalino y libre llegando al Duero llegando al Atlántico. También es difícil imaginar nuestra civilización dentro de tres mil años. Hay quien se imagina colonizando Marte y quien supone que volveremos a la forja del hierro, el barro cocido adornado con una filigrana de puntos y el cultivo de los cereales para hacer un pan basto tras un apocalipsis climático.
Merece la pena visitar los yacimientos de las Cogotas e imaginar lo que fuimos y también lo que somos. Entender o descubrir la fragilidad de todo, hasta qué punto merece la pena destruir un río o hacer creer la mentira de que dominamos el tiempo y el futuro.
Ramón J. Soria
Temporada 4. Capítulo 18 | Castro de Las Cogotas |
Fecha de grabación | Julio de 2022 |
Duración | 2:11 minutos |
Fecha de emisión | 31 de agosto de 2022 |
Localización | Cardeñosa, Ávila, Castilla y León. España |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso, Daniel Agut |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramón J. Soria Breña |
Música | Scott Holmes |
Tema | Hunted |