El nombre del río Tajo aquí es de verdad eso, un gran corte en la tierra caliza, “un tajo gigante” del cuchillo del agua y las fuerzas tectónicas. Por aquí bajaban los gancheros que asombraron a José Luis Sampedro, desde Peralejos hasta Aranjuez, en un río que se sigue pareciendo a este: “El alto Tajo no es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un desfiladero en la roca viva de la alta meseta. Y todavía corroe infatigable la dura peña saltando en cascada de un escalón a otro, como los que han dado nombre a aquella hoz”. El trabajo de la maderada comenzaba en febrero o marzo, aprovechando el deshielo y duraba hasta junio. La formaban a veces hasta cien mil grandes troncos de diez o doce metros y podían ocupar veinte kilómetros de río. Trabajaban en ella cien, doscientos, quinientos gancheros.
Antes, repasando legajos, fotos antiguas, o no tanto, memorias de viajeros, barqueros, pescadores, molineros, ribereños… nos asombra descubrir que hasta no hace tanto este río era así: limpio, turbulento, transparente e indómito hasta casi Lisboa, la conectividad biológica del río no se había roto. Y hasta hace no tanto quisieron destruir también esta parte del río para “no desperdiciar el agua”, “rentabilizar el recurso”, “resucitar minerías”, “regar vegas remotas”… todas esas excusas, engañosos argumentos, falsas razones para la destrucción. Pero no nos quedamos hoy en tristeza, volvemos a Sampedro: “¿qué va a ser de mí cuando se abra la compuerta del molino y la vida me precipite otra vez a los remolinos de este río que nos lleva?”
Son casi cien kilómetros de río salvaje y limpio, de aguas color turquesa y bosques de ribera selváticas en medio de la estepa, el secarral y el olvido. El río es aquí un pequeño paraíso en el que se mezclan especies de flora y fauna iberonorteafricana, eurosiberiana y mediterránea. El agua hace curvas imposibles, barrancos hoces, cuchillares y cañones verticales, anticlinales tumbados, tobas en cascada y desprendimientos con nombres que denotan umbrías y abismos: del Caldero, del Hocino, de la Hoz, los Repechos, Vallejo de la Cierva… El Tajo está escondido en este gran cañón, los pueblos son pequeños y están alejados de su cauce, no hay autovías, ni embalses, ni turismo, ni conspiraciones para robar el agua y la belleza. Parece increíble que se haya salvado del destrozo que luego le hicieron más abajo. Desde Trillo hasta Lisboa el Tajo ya no es río, pero aquí sigue siendo el mismo que reventó el Hundido de Armallones, un gran desprendimiento de rocas que cayó desde lo alto del cañón y colapsó el curso del río, en el siglo XVI. El que deslumbró a los pocos viajeros y vagabundos europeos que se acercaron a la gigantesca raja. El mismo que recorrió Miguel Delibes buscando truchas. El que hoy recorremos con los hijos encima de unos kayak y el asombro, jugando con el agua y la corriente. Quien no tuvo en la pequeña novela de su vida un río libre que cruzaba los días de sus veranos, se perdió mucho. Para un niño, desde siempre, para el que fuimos y el que de nuevo somos, el agua brava es el juguete que nunca cansa, ni se rompe, ni se olvida, ni se pierde. Tirarse de las rocas, nadar contra corriente, dejarse llevar por ella, bucear tras los peces, quedar varado en la arena y calentarnos al sol, palear con furia, volcar la embarcación o viajar sobre ella. Porque encima de un río siempre se viaja lejos y junto a él siempre hay aventuras aunque en el mapa solo hayamos recorrido unos pocos kilómetros.
Ramón J. Soria.
Temporada 2. Capítulo 18 | Por el alto Tajo en piragua |
Duración | 2:41 minutos |
Fecha de emisión | 4 de septiembre de 2020 |
Localización | Río Tajo, Guadalajara. España |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso y Daniel Agut |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramón J. Soria |
Música | Bendsound-mixkit |
Tema | Tenderness-Valley sunset |