Conocemos la ruta de la Plata… o de la seda, o del estaño o del oro. Por todas partes se trazaron caminos y mapas para llevar de un lugar a otro las riquezas. Los romanos reventaron montañas y construyeron obras de ingeniería que nos siguen asombrando muchos siglos después. Es el mismo oro que buscaba Francisco Vázquez de Coronado por los valles del norte de México, las fabulosas riquezas de las siete ciudades de Cíbola que jamás encontró. El oro que buscó Jack London en las heladas montañas del Yukón y que persiguieron luego miles de hombres cegados por el espejismo de una riqueza rápida pero nunca tan fácil. El oro que se crea en el corazón de las supernovas cuando comienzan a colapsar o en la colisión de estrellas de neutrones. El oro de la tierra llegó de esos lugares, de esos imprecisos dramas estelares, cuando hace unos 4.600 millones de año se fue amalgamando la esfera de polvo y cascotes que hoy pisamos. Del metal “oro” tal vez nos embrujó su color de sol, ese amarillo brillante que nunca cambia ni se oxida, y luego, pronto, su valor de cambio para comprar otros objetos, cuerpos o voluntades.
Pero durante el confinamiento descubrimos que lo precioso, escaso, extraordinario era esto, un puñado de avellanas recién caídas en este bosque de ribera del que ya nadie las recolecta. No hay más tesoro que la vida corriente, el dorado del sol en este alimento gratuito y salvaje que abrimos también con una piedra de río.
Nuestro tiempo es el único valor. Lo vendemos por unas migajas de oro, lo regalamos sin demasiada conciencia de su precio y su escasez o lo dejamos pasar, en un derroche absurdo, sin placer ni consciencia. Apenas encontramos unas mínimas pepitas durante la aventura, pero si el inmenso tesoro de un tiempo compartido en este pequeño río asturiano en el que sigue habiendo “placeres” escondidos.
Un buscador experto que nos enseñó el cómo, el dónde y el porqué ya sólo buscaba oro “por deporte”, “por afición”, por jugar con las entrañas de la tierra y con los sueños que tienen siempre los niños de encontrar un gran tesoro, pero no por su valor monetario sino por la aventura, la incertidumbre y la gracia de desvelar ese secreto: el filón, la gran pepita, el sol entero metido en una piedra diminuta tras lavar kilos y kilos de tierra y arena, de decantar y acariciar la roca desmenuzada por el tiempo hasta dejar en el fondo del plato una esquirla de estrella.
Ramon J. Soria Breña
Génesis del oro
El oro es raro, escaso, muy caprichoso. Al igual que a otros metales nobles no le gusta juntarse con el resto de elementos químicos de la tabla periódica. Muy de vez en cuando presenta cierta afinidad por el Teluro o los halógenos para formar compuestos químicos más complejos que su dorada, brillante y casi exclusiva forma nativa.
Su origen geológico primario es magmático y es ahí, a mucha profundidad y dentro de la roca fundida, donde ya empieza a manifestar su carácter poco sociable, escapando una y otra vez de todos y cada uno de los episodios en los cuales cristalizan los minerales que van formando los distintos tipos de rocas ígneas.
Es en los estadios finales de formación de estas rocas ígneas, ya sean plutónicas o volcánicas, donde la actividad de fluidos calientes con agua es muy intensa. Desde un punto de vista geoquímico, estos fluidos denominados hidrotermales son “los sudores” de las rocas ígneas. Todo aquello que los cuerpos rocosos no pueden retener en sus minerales constituyentes, lo eliminan con mayor o menos éxito dentro de estos líquidos, que acaban circulando por todas las grietas y fisuras dentro y fuera de este tipo de rocas.
El oro, junto con otros elementos complejos se va concentrando poco a poco en estas aguas calientes, que por enfriamiento y pérdida de solubilidad van dando lugar a los distintos tipos de yacimientos primarios de este metal. Aparecen en forma de trazas o impurezas dentro de otros minerales (dentro de la estructura de la pirita), en pequeñas venas de cuarzo dentro de materiales volcánicos, con otros sulfuros en filones de media y baja temperatura dentro de los granitos, en filones dentro de las rocas en las cuales encajan los granitos (pizarras, neises o esquistos) o formando masas de mineral en rocas carbonatadas por metasomatismo de contacto (yacimientos tipo Skarn).
En la zona norte de España, los yacimientos primarios de oro son de tipo filoniano asociados a granitoides y de tipo Skarn, dando lugar a diseminaciones dentro de otros minerales y a la formación de cristales, escamas y masas de oro nativo de pequeño tamaño también llamadas “pepitas”. Con el tiempo y la erosión, hace muchos años, los trozos de filón de cuarzo con el oro se fueron arrastrando, rompiendo y depositando en el fondo de arroyos y ríos, dando origen a los yacimientos de tipo secundario o placeres; conocidos y explotados desde el Paleolítico, y culpables de un mal incurable diagnosticado como “La Fiebre del Oro”.Daniel Agut
Temporada 4. Capítulo 1 | Bateando oro |
Fecha de grabación | octubre de 2021 |
Duración | 2:36 minutos |
Fecha de emisión | 5 de enero de 2022 |
Localización | Navelgas, Asturias. España |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso, Daniel Agut |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramón J. Soria Breña, Daniel Agut |
Música | Daniel Agut |
Tema | Goldfever |
Agradecimientos | Pedro Queipo, Museo del Oro de Asturias (MOA) |