Entre los objetos del tesoro del Oxus que están en el Museo Británico de Londres, de época aqueménida 550 a.C. – 330 a.C. nos llamó la atención un barbo de oro que guardaba aceite perfumado. Fue hallado en 1880 en la ribera norte del río Amu Daria en Tayikistán. Luego fue vendido en bazares de Pakistán y más tarde “pescado” por el anticuario inglés Augustus Wollaston Franks que lo legó al Museo Británico en 1897. El año pasado tuvimos el privilegio de admirarlo en una exposición en Madrid. Algunas veces, cuando pescamos un gran barbo nos parece que sus escamas son de oro. Luego, cuando ya se ha marchado a lo oscuro, hemos sentido la rara emoción de haber tenido el privilegio de tocar un tesoro.
Los grandes barbos están hoy hambrientos, ávidos de comer hierba tierna, gusarapas, larvas de libélula, algún alevín o un torpe cangrejo. Cruzan dos Zerynthias ruminas enceladas, las mariposas parecen pequeñas vidrieras multicolores. Aunque sea su forma de avisar a sus depredadores que son veneno para el pescador son la celebración gozosa de un instante de mínima y fácil alegría que le recuerda a Epicuro de Samos: “¿Acaso no es mejor, mientras esperamos lo que nos falta, concedernos a nosotros mismos lo que creemos merecer?” Y hoy creemos merecer esta nimia libertad en una intemperie que es gratis, cercana, fácil y preciosa. Estas horas o estas mariposas no son ningún broche de oro y amatistas montada por el joyero Lalique, no aportan ninguna gloria, reverencia o aplauso; son preciosas pero carecen de precio, sólo son invisibles virutas de tiempo soberano y compartido, enredadas en un pez peleón por ahí abajo, una caminata larga y esta brisa fresca que por fin huele a verano.
Pescamos en un lugar apartado, vaciado, olvidado, y sin embargo, a su manera, aún intacto. El agua fluye limpia y transparente, el jolgorio de la vida hoy está en su apogeo. Nos sentamos a descansar rodeados de flores y del zumbido de los insectos liados en lo suyo. Tal vez sea porque estamos en un día de optimo climático o porque somos amigos y estamos juntos haciendo lo que nos gusta, o quizá porque el paraje mantiene una extraña belleza agreste, rota, fuera del tiempo humano, y nuestro tiempo íntimo se acompasa al ritmo de lo salvaje, pero nos invade un extraño bienestar. Pescamos sin usura, sin prisa, disfrutando del brillo de la luz sobre el río, de la aspereza de las piedras o su suavidad pulida por el agua. Los peces van y vienen. Nos sentamos a ratos en la orilla a contemplar la vida, a ver fluir este tiempo tan ajeno a los ritos destructivos del progreso. Las casi invisibles nemópteras llevan aquí millones de años y tienen nuestro respeto, nuestro cariño, nuestro asombro. Depende de nosotros que este suelo, este pequeño río y este rincón del mundo siga así, intacto y vivo.
La vida salvaje es muchas veces sutil y poco visible, desconocida y fragilísima. Quién viene a pescar a este pequeño curso de agua se acuerda luego siempre. Quién a tocado un barbo de oro, quien ha visto volar a dos Zerynthias ruminas o a docenas de Nemóptera pennis entre la avena seca dorada por el sol no lo olvida nunca. Los tesoros y los duendes existen, no lo dudes.
Ramón J Soria Breña
Temporada 2. Capítulo 10 | Pescando barbos en un arroyo |
Fecha de grabación | 26 de mayo de 2019 |
Duración | 2:01 minutos |
Fecha de emisión | 1 de mayo de 2020 |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramón J. Soria |
Música | Scott Holmes |
Tema | Dream come true |