…“Guardar un día para cuando no haya,/ una noche también, para cuando haya”
Hubo años de sequía y años de fiesta. Primaveras aniquiladas y otras llenas de cantueso y mil flores enjoyando el horizonte. Abriles y mayos de agua y más agua limpiando el monte de miedo y abriles o mayos rencorosos sembrando una aniquilación lenta por la intemperie. Días de ríos alegres, desbordados y días escuálidos atados a un hilillo de agua agonizante. Recordamos bien ambos extremos. No se por qué tenemos tan buena memoria sobre el agua. Por qué anotamos en diarios la suerte de todos esos días en los que anduvimos por las riberas tocando peces o solo tocando libertad. Ese azar del clima en este confín del mundo que no es norte ni sur, meseta, páramo, sierras suaves. Esa sospecha de que cada vez es más frecuente el sol y el azul. Los estúpidos lo llaman buen tiempo. Cada vez añoramos con más inquietud esas lluvias constantes, fuertes o suaves, de horas o de días enteros. Salíamos a pescar y nos mojábamos. La lluvia lavaba cualquier sombra de pesar.
Este domingo hemos caminado por tres pequeños ríos frágiles y olvidados, afluentes del Tajo que no tienen grandes montañas en las que atesorar unas rentas de nieve, dependen de las lluvias y del olvido del hombre. Los tres están al mínimo, apenas un pequeño caudal, una vena de agua que mantiene mucha vida visible e invisible. Cerca de ellos una vez vivieron otros hombres en poblados ya abandonados, tribus celtíberas que construían murallas de piedra por temor a quien sabe. Quedan las piedras y las otras murallas que fabricó el tiempo y el agua. Farallones de roca que la naturaleza corta en escalones caprichosos.
Hay una España Vacía que siempre estuvo «vacía», que nunca estuvo habitada. Una intemperie agreste, «improductiva», salvaje en su orografía y en la vida que esconde, ajena aún a turistas y rentabilizadores, a salvo de alambradas y especuladores, de señoritos y grandes proyectos «de mejora». Nos acercamos a esos parajes con cuidado, timidez, silencio. Como quien entra en un lugar raro y sagrado. Baja la cierva preñada y nos mira, casi nos roza el martín pescador, doña nutria ha dejado su rastro. A estas rocas durísimas las cortó el hielo y el sol de mil en mil años, con esa lentitud que nunca conoceremos los humanos. Recordamos entonces, el verso de Cesar Vallejo: “Guardar un día de lluvia, para cuando ya no haya”.
En estas intemperies junto al Tajo, tan cerca de ciudades y tan remotas, tan rodeadas de civilización y aún tan salvajes, a estos riachuelos frágiles, deberíamos respetarlos igual que a los grandes ríos que nos dan de beber, pero claro, ni a unos ni a otros admiramos ya. Ni a pequeños ni a grandes dejamos que fluyan libres. Al menos, tras estas tomas, las lluvias regresaron, de nuevo, por esta vez.
Ramón J. Soria Breña
Temporada 1. Capitulo 10 | Pequeños afluentes de Tajo |
Fecha de grabación | 14 de abril de 2019 |
Duración | 2:42 minutos |
Fecha de emisión | 26 de abril de 2019 |
Localización | Río Tajo |
Municipio | Provincia de Cáceres, Extremadura. España |
Imagen y sonido | Ernesto Cardoso |
Montaje y edición | Ernesto Cardoso |
Opúsculo | Ramón J. Soria Breña |
Música | Scott Holmes |
Tema | Teamwok |